El abuelo del bando vencedor
nunca hablaba,
cabruñaba su guadaña
en el frío suelo,
al lado tabaco de liar
previamente envuelto.
Ella lo miraba,
en silencio
arrugas observaba
con espalda encorvada.
Tal era la cicatriz
de lo vivido,
que sus inyecciones
ya no servían,
su corazón dañado
se ausentaba
entre las altas montañas.
Pequeñas recordaban,
cuando escondido en el monte,
ellas temblaban,
vida peligraba,
de eso no hablan,
los que justicia
con razón claman.
Se levantaba a las cuatro
de la mañana,
para trabajar
y a su prole alimentar.
Un día bajo a vender
lo criado,
vacío regresó
ni una peseta entregó.
¡ Marino ayúdanos!,
grita la amistad,
mientras ven muerte danzar
directa a diferente pensamiento.
El abuelo piensa en sus hijas,
¡no pasarán hambre!,
mete su mano en el bolsillo,
se acerca a portadores de muerte,
y saca su cartera,
¡dejadlos ir!.
Nadie quiere recordar,
cuando la vida peligra
no miras ideologías,
sólo la persona vecina.
Ese día regresó,
la abuela
explicación escuchó,
y con la pobreza en su rostro
de juventud vivida
respondió,
bien empleado está
si vidas has logrado salvar.
Esta es una historia,
en aquella guerra
los vencedores vivían en grandes
mansiones,
no en la casa de al lado,
el resto,
somos marionetas
en miles de prejuicios,
escondidos en eternos odios
etiquetados
a nuestro corazón.
Hubo una guerra de hermanos contra hermanos, amigos contra amigos, nadie quería luchar y les obligaron a disparar. Esta es una historia real de un pueblo dónde la gente huía de la ciudad y esos agricultores que murieron en la pobreza preparaban comida para alimentar a las masas de seres, sin preguntar nada. Este abuelo nunca vendió a ninguno de sus vecinos. A pesar de que algunos sembraron la duda.