Se agarró a un clavo ardiendo,
con la savia de su cuerpo
apagó el cuerpo,
sucumbiendo.
Se adentró en el clavo,
sintiendo la herida
envolviendo coraza,
el dolor apareció.
Percibió el ruido
de lo inerte,
golpeando
el muro de su piel.
Y lo corrompió,
con oxidada coraza,
empudrecio lo escaso
conservado.
Ese aparente clavo,
fusiló las defensas
de su corazón,
una a una,
cara a cara.
Bajo el grito abrasador,
la clemencia aprovechó
ocasión,
y con clara ambición,
tomó sin permiso
lo puro y claro.
Insumisión,
clamó piedad,
y no la encontró
en quién un día
la vertió.
No existe peor enemigo,
el que un día
pareció ser amigo,
y su daga en espalda ajena
sin piedad clavó.