Oigo los ladridos del presente,
sólo son eso,
ladridos que tratan de asustar
a un futuro que se arrastra.
Escucho las sirenas alejarse
del eco de la tarde,
en el suspiro
de una lejanía.
Interrumpe pequeña voz,
contando
historias narradas
al aire.
Corta edad aparece,
madurez en brazos,
desliza
tobogán abajo.
Mi banco,
en la soledad piensa
el camino del día,
qué sorpresa tendrá.
Eleva la incertidumbre
al cielo nublado,
de nuevo
allí está.
En lo invisible,
del aire
que queda
por respirar.
Y yo sólo puedo
dejar el deseo sucumbir
al placer de vivir,
derrotada
me dejo amar.