No ha nacido para juzgarte, sólo para recordarte el amanecer de cada mañana, cuando levantas el vuelo sobre el cenit del cielo, despliegas tus alas y comienzas a volar.
Nada más.
No la juzgues por diferente vuelo, por aparecer de la nada donde estuvo viviendo y quedarse en el reflejo de una brisa tocando las estrellas aún latentes en alguna cornisa.
Ella no lo haría.
Y ahí, al despertar, resurgirá de las nieblas que se lanzan sobre su nombre, del veneno serpentino de la envidia por relucir verde manantial. ¿ Sabes qué?
Ella sobrevivirá.
La ves de vez en cuando, ahora en tu encierro te has dado cuenta del valor de ésta y que sin su respirar eres nada en una pared negra llamada muerte.
